Bienvenido a Bordo

Llevaba varios días durmiendo tan solo unas horas por todas las preguntas que robaban la melatonina que producía mi cerebro en cuanto me tumbaba en la cama y cerraba los ojos. Tantas como kilómetros por recorrer y millas por navegar, y eso, para un coleccionista de sensaciones nuevas, resultaba muy excitante…

Me voy, ha llegado la hora. Aquí estamos mi padre y yo despidiéndonos en el aeropuerto de Sevilla a una hora del día que ni recordaba que existía. Ante mí, esa extraña sensación difícil de describir pero que seguro has sentido alguna vez cuando estás a punto de abrir una ventana a lo desconocido y conocer dos mundos nuevos por completo para mí, el marino y norte América.

Me considero afortunado, pues tengo ante mí otra aventura a punto de comenzar, una que nunca había imaginado tener la suerte de vivir, y es que la vida, caprichosa a veces, suele tener un as en la manga guardado para quiénes la vivimos sin pisar el pedal de freno.

Nunca antes había tomado un vuelo tan largo, tampoco cruzado el charco, ni me había metido en “una casa” con veinte desconocidos, y tras veintiséis horas de viaje, ver dónde tenía que dormir y vivir los siguientes seis meses, fue una sensación entre la emoción y el “donde me he metido” que seguro habían tenido todos y cada uno de mis compañeros, también los pasados y a buen seguro, los que vendrán. Estoy en Charleston, Carolina del Norte, son las 2 de la mañana y me quedo dormido en segundos.

“Todos vivimos bajo el mismo cielo pero miramos diferentes horizontes”, es una frase que me dijo mi compadre Francis Tirana poco antes de mi marcha, y de día, al salir a cubierta y ver la inmensidad de El Galeón en toda su plenitud, fue la mejor manera de ilustrarla. Reconozco que antes de venir tuve que aprender que era babor, estribor, proa y popa, porque las únicas horas de navegación que tenía a mis espaldas hasta el momento eran en hidropedal, y esas me dijeron que no contaban. Todo nuevo, créeme, no es fácil.

Los marineros tienen una palabra diferente para cada cosa y los primeros días, cuando la capitana repartía los trabajos, me sentía como un auténtico inútil preguntando e interrumpiendo  a los compañeros para aprender cuanto antes. Para que os hagáis una idea de lo que hablo, en un barco no hay cuerdas, tenemos cabos, tampoco existe tirar o aflojar de un cabo, aquí se cobra o deja en banda. Apretar un nudo es hacer firme, y así muchas, al principio reconozco que demasiadas, hoy algunas y espero que mañana pocas.

Acabo de cumplir un mes a bordo y he de reconocer que las dos primeras semanas fueron duras. Durante ese tiempo tuve un periodo de formación (que aquí llamamos mili) y ningún día de descanso. A bordo, lo normal es trabajar dos días seguidos y tener otros dos de descanso.

En cuanto al grupo creo que he tenido suerte, pues aunque hay diferentes perfiles y edades, lo cierto es que todos me han acogido con los brazos abiertos y tenido mucha paciencia conmigo, sobre todo a la hora de enseñarme. Evidentemente siento más afinidad con unos que con otros, pero lo cierto es que nos llevamos todos bastante bien. No es fácil porque pasamos mucho tiempo juntos y tenemos poca o ninguna intimidad, por eso, hay que tener paciencia y poner cada uno un poquito de su parte para que todo fluya.

En cuanto a mi trabajo, mi labor principal es llevar la comunicación 2.0 del barco, es decir, todo lo referido a las RRSS y la página web, pero en un barco de este tipo, todos tenemos que hacer de todo. Y ¿qué es de todo? En lo referido a mantenimiento, pintar, lijar, lijar, lijar, lijar… Otra de las tareas es la de guía turístico, ya que el barco es una réplica de los galeones españoles que surcaban los mares durante los siglos XVI y XVII y se lo enseñamos a los visitantes a modo de museo, por lo general, desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde, salvo cuando hay programado algún evento a bordo, en estos casos, solemos trabajar hasta las once o doce de la noche. Pan comido.

También hacemos labores típicas del hogar, cocinar, barrer, fregar, hacer la colada… Además, hacemos guardias nocturnas  mínimo una vez a la semana, para mí son el demonio vestido de trabajo.  Las dividimos en dos turnos, la primera de nueve de la noche a dos y media de la mañana, y la segunda de dos y media a ocho, y consisten en recoger o los baños o la cocina y estar pendiente de la seguridad de los demás, que no haya problemas ni con la máquina, ni con los cabos, y estar pendiente de que nadie suba al barco, pues cada noche intentan subir unas cuantas personas. Esto cuando estamos en puerto. Durante navegación, nos distribuimos en tres grupos y trabajamos en turnos de 4 horas. Realmente se hace llevadero y aunque el barco, por su diseño se mueve muchísimo, de momento lo llevo bien. Siempre tienes el “gusanito” por dentro de si te vas a marear o no, de si vas a ser capaz de aguantar cinco días o doce si pisar tierra…

En definitiva, a día de hoy me siento totalmente adaptado, parte del grupo, privilegiado y agradecido a la Fundación Nao Victoria por confiar en mí, y a la vida por hacerme este regalo que seguro voy a exprimir hasta dejarlo seco, e intentar alargarlo tanto como mi barba.

Bosco Bueno