Llegando al muelle de Huelva me encontré con un magnífico Galeón pero que todavía no estaba arbolado, nunca había visto un barco tan grande y con una personalidad tan fuerte. El trabajo en varadero fue tan duro como emocionante, todo el mundo trabajaba para dejar-lo listo en el tiempo establecido para así empezar nuestro tour.

Domingo 31 de Abril zarpamos hacia Cap d’Agde y así damos comienzo a nuestra travesía, el Atlántico nos da la bienvenido con abundante sol y un cálido viento que viene de levante. Las olas rompen contra el casco y un suave balanceo que en el interior se oye como crujen las cuadernas y llegas hasta al punto de ser relajante.

El tráfico en el mar es incesante y los grandes moles de carga parece que hagan una competición para ver quien llega antes a destino.

Durante el día la vida en nuestra pequeña isla flotante es muy dinámica, a los que le toca guardia se encargan de hacer alguna de las 3 comidas del día, hacen tareas de mantenimiento o se dedican a hacer vigía, la otra parte de la tripulación descansa en el “sollao”, habla o simplemente disfruta de la navegación acompañado la guardia en tolda.

Las noches de guardia se hacen cortas de tantas cosas a que tienes que estas atento y en los momento de descanso aprovechaos para contemplar el cielo estrellado, buscando constelaciones que usaban los marinos para situarse en navegación.

Los días van pasando y acercándonos a los Pirineos el tiempo cambia el viento es más frío y el viento empieza a azotarnos, reducimos velocidad al días siguiente tenemos previsto llegar a puerto.

La llegada a Cape D’Agde es espectacular, los veleros salen a recibirnos, suenan las bocinas y todo es una fiesta, les devolvemos el saludo en cañonazos de pólvora desde la cubierta principal, una vez a puerto la maniobra de atraque es dura ya que todo es nuevo para nosotros, por fin a puerto descansamos y con un puchero volvemos a coger fuerza para luego abrir el público.