Ha pasado ya un mes y medio desde que me incorporé a la tripulación de El Galeón y parece que el tiempo aquí corre más rápido. Quizás sea porque no nos da tiempo a pensarlo, porque los días siempre son intensos, sea día de trabajo o tengamos día libre. Es más, me atrevería a decir que los días libres llegamos incluso más cansados que después de una jornada de trabajo, y os puedo asegurar que en este barco se trabaja duro, pero tenemos que aprovechar al máximo el tiempo libre en cada puerto.

A penas tienes tiempo para pensar en todas las cosas que estás haciendo, los sitios que estás visitando y las personas que estás conociendo. Los únicos momentos en los que puedes pararte a reflexionar son precisamente los momentos más indicados, como cuando te encuentras en medio del mar, con la paz y la tranquilidad que proporciona el estar solamente acompañado por el sonido del viento y de las olas. Pero en El Galeón navegamos 17 personas y la intimidad es un bien escaso, aunque me las he arreglado para escribir mi crónica sobre la navegación desde Baton Rouge hasta Brunswick.

El día 8 de Mayo a las 6:00 zarpamos con dirección con dirección Brunswick. Cuando estamos navegando, la tripulación se divide en tres guardias de dos turnos diarios: De 12 a 4, de 4 a 8 y de 8 a 12. A mí me tocó la guardia de 12 a 4, por lo que me dio tiempo a descansar un poco antes de volver al trabajo.

Mi primera guardia transcurrió de manera tranquila, pero cabe destacar que El Galeón alcanzó una velocidad de hasta 11 nudos gracias a la corriente que teníamos a favor, ya que estábamos bajando el río Misisipi. Al terminar nuestro turno, Ares, Gonzalo, Sergio, Bruno y yo nos subimos a las cofas del trinquete y mayor para contemplar Nueva Orleans desde lo alto del barco, sin duda alguna la ciudad donde más he disfrutado desde que llegué a América. Tuve apenas un día y una noche para visitarla, pero valieron la pena. El barrio francés era precioso, tenía un mercadillo enorme y puestos de comida de cualquier tipo. La calle Bourbon street fue nuestro destino al llegar la noche y reconozco que hace honor a su fama, porque esa noche lo pasamos muy bien. Aunque el sello de la ciudad, sin lugar a dudas es la música. Entrar a un bar a media tarde, pedir una cerveza fría y disfrutar de un concierto de jazz de esa calidad fue un gran privilegio.

Por la noche Carlos se encargó de hacer la cena, y como cabía esperar, las fajitas que preparó fueron un éxito. Me fui a descansar con un buen sabor de boca y sabiendo que cuando me despertaran sería mi cumpleaños.

El comienzo de mi vigesimocuarto cumpleaños no fue nada bueno. Nada más despertar me comunicaron que el motor de babor no podía funcionar, por lo visto, un tronco de los muchos que flotan en el Misisipi se nos había enganchado en una hélice. Pero gracias a las indicaciones del práctico que teníamos a bordo y a las maniobras de nuestro capitán Pablo, pudimos deshacernos de él sin ninguna consecuencia y todo quedó en un susto. Cuando pasó ese momento de tensión que apenas duró 15 minutos, pero que pareció una hora, me di cuenta de que estábamos prácticamente en la desembocadura del río.

El primero en felicitarme fue Mateo, el encargado de la gambuza (despensa del barco), una responsabilidad muy grande, ya que cuando falta algo de comida él es el objetivo de todas las quejas. Aunque en su defensa he de decir que aquí comemos hasta por aburrimiento. Tras él llegaron las felicitaciones de mis otros compañeros de guardia y a la mañana siguiente las de todos los demás miembros de la tripulación. Bosco incluso se molestó en hacer un dibujo de felicitación en la pizarra, no era algo a lo que yo llamaría arte, pero lo que cuenta es la intención.

Ya estábamos en alta mar y el día transcurría como cualquier otro día de navegación, pero de repente Majo soltó un grito de emoción y al asomarme por la regala vimos a dos ballenas bastante cercanas al barco. Era la primera vez que veía una ballena, y ver dos el día de mi cumpleaños me hizo especial ilusión.

Tras ese agradable parón, seguimos con el trabajo. Mi cometido en la guardia de navegación suele ser controlar la sala de máquinas cada media hora, pero el tiempo que no estoy ahí, hago cualquier tarea de mantenimiento que sea necesaria. Esta vez me tocaba pintar una tubería, por lo que tuve que quedarme terminando el trabajo mientras los demás comían. Entonces se me acercó Charli, el contramaestre, y sorprendentemente se ofreció para acabar de pintar lo que me quedaba. Así que se lo agradecí, me dirigí a la cocina, y en cuanto entré por la puerta me encontré a toda la tripulación cantando mientras uno de ellos sujetaba una tarta con velas encendidas. Me pillaron totalmente por sorpresa, fue todo un detalle, incluso pude beberme una coca-cola durante la comida (un bien muy escaso en el barco). Al terminar de comer, me di cuenta de que Charli ni siquiera había tocado la brocha, sin embargo, eso sí que me lo esperaba y ambos nos reímos. Todos los días me toma el pelo y en mi cumpleaños no hizo excepción. El resto del día transcurrió como cualquiera, pero siempre tendré un bonito recuerdo de mi primer cumpleaños en alta mar.

El día siguiente a mi cumpleaños ya no sabría describirlo. La rutina que se sigue en navegación hace que no te acuerdes exactamente de cuantos días han pasado desde que zarpaste. Todos los días parecen iguales, aunque en todos aprendes cosas nuevas y pasan cosas diferentes. Casi todos los días nos visitan unos cuantos delfines y vemos peces voladores. Un día pescamos una barracuda, y otro, o quizás el mismo, cuando pasábamos por la costa de Miami, un ave acuática bastante grande se posó en la verga de la gavia y nos acompañó durante una hora. Al principio nos parecía un pájaro gracioso y simpático, hasta que empezó a bombardear la cubierta principal con heces de color blanco y tuvimos que espantarlo. También nos acompañó durante 2 o 3 días una familia de pájaros pequeños muy coloridos y sociables, uno de ellos incluso se atrevió a posarse en la cabeza de nuestra compañera Majo. Todos sabemos que es mejor no hacer enfadar a Majo, pero por suerte, a ella le resultó divertido.

Y aunque siempre es agradable ver animales, nuestro tiempo libre no lo dedicamos íntegramente a mirar al mar. Cada uno tiene sus formas de matar el tiempo. Al no tener cobertura, no puedes llamar por teléfono ni utilizar internet, pero cuando estamos en puerto descargamos películas para verlas en navegación. Jugar a juegos de mesa también es una manera divertida de pasar el tiempo, aunque hay algunos, como por ejemplo Sergio, que se los toman demasiado en serio. Hay quien tiene sus propias videoconsolas portátiles a bordo, pero creo que leer es el pasatiempo más popular mientras navegamos. Algunos, como Ryan, tocan la guitarra muy bien, y otros, como yo, intentamos aprender. La verdad es que se pueden hacer más cosas de las que pensaba. No hay día aburrido ni día que te deje la sensación de no haberlo aprovechado.
Es el sexto día de navegación y todo apunta a que mañana llegaremos a puerto, donde podremos visitar nuevos lugares y conocer nuevas personas. Sin olvidarnos por supuesto de los duros días de trabajo y de nuestras amadas guardias nocturnas.

Para terminar mando un abrazo a mi familia y amigos que tanto echo de menos. Hay momentos en los que se hace duro estar tan lejos de los tuyos, pero estoy seguro de que no me arrepentiré nunca de vivir esta gran experiencia que tan solo acaba de empezar.

Víctor Castellanos Rodríguez.