Cuando se presenta la oportunidad de navegar en la réplica de un galeón español del siglo XVI, hay que saberla coger.

El jueves 25 de abril de 2019, en Sète (Francia), subí a bordo del Galeón español “Andalucía”, réplica de los galeones que traían las riquezas desde las Américas a España: remontando el Guadalquivir llegaban a Sevilla.

3 días de travesía estaban previstos desde Sète hasta Castellón de la Plana, (a unos 80 km al norte de Valencia) por un coste total de 370 € todo incluido.

A la 4 de la tarde, subí a bordo con mis dos compañeros de viaje Betty y Patrick. Fueron ellos quienes me permitieron apuntarme (con tiempo) para esa navegación. Al llegar a bordo, la tripulación fue inmediatamente calurosa, sencilla y sin rodeos. Eramos 8 pasajeros.

Enseguida estuvimos a gusto e impresionados por el tamaño de la nave. Mi contacto, Rafael, no estaba disponible. Pusimos nuestros equipaje o maleta en lo que era a la vez cocina, sala de desayuno y oficina de trabajo esperando las 5 de la tarde que se acabaran las visitas pues mientras la nave estaba amarrada, los ciudadanos de Sète y turistas podían visitarla.

Casi todos la calificaron de “Barco Pirata” sin tener en cuenta que eran los Galeones el objetivo de esos piratas. ¡Pero la ilusión es perfecta! No falta nada: cañones, cabos por todos los lados, puesto de mando … los niños abrían unos ojos encantados.

¡Y por algo será! Esa réplica es realmente impresionante: 47 metros de eslora, 10 de manga,
3m de calado, 37 de guinda, 20 cañones y 496 de tonelaje bruto.

Rafael, el responsable, nos presentó las particularidades de la vida a bordo del galeón y las principales reglas con las cuales tendremos que cumplir. Regla principal: esta nave es como casa nuestra. ¡Bueno hasta ahora empieza bien el asunto!

Podemos vivir como nos apetezca, no tenemos que respetar horario ninguno. Solo ir a comer con toda la tripulación. Pero si lo deseamos, podemos también participar a todas las tareas y ayudar o echar una mano a los 21 tripulantes. Sola diferencia, y de suma importancia, no estamos sometidos a los horarios de guardia.

Cuando toca la campana, es que la comida está lista. Cada uno se sirve cuando quiere. Tu plato te esperara, pero se te puede quedar frío si llegas muy tarde. Se sirve a cada comida un plato principal y de postre hay frutas, galletas, café. Solo se bebe agua a bordo. El alcohol está prohibido por cuestión de seguridad. Cada uno hace su vajilla con agua de mar, el agua dulce solo sirve para enjuagar.

Si queremos tomar una ducha hay que pedir permiso al comandante, porque hay poca reserva de agua dulce, solo unos 1200 litros para toda la tripulación. Bueno, eso a mí no me molesta en absoluto porque cuando navego siempre digo que voy con « autolimpieza incorporada ».

Durante la jornada, cada uno puede hace lo que quiera. Pasearse por el galeón y visitarlo de popa a proa. Si alguno tiene hambre fuera de las comidas siempre tiene a su disposición frutas, galletas, y café caliente. Para los pasajeros, hay también una cafetera especial con vainas.

La regla siguiente atañe al dormitorio: es un lugar de descanso permanente. Por causa de guardias, hay siempre unos tripulantes que descansan o duermen. Entonces, cuando bajamos a nuestra litera, el teléfono tiene que estar apagado. Las luces no se encienden y de noche uno se desplaza con luz de frente en posición roja para no deslumbrar a cualquiera.

Las consignas bien grabadas en la mente y todo el equipaje recogido en mi litera, ya me parece que formo parte de la tripulación.

Son las 5 y media de la tarde y los marineros se ponen a trabajar para poner en orden de marcha el barco. Recoger los cabos, subir a bordo todas las serpentinas y la documentación publicitaria, subir a la cubierta principal el barco auxiliar y cargar toda la comida para los días de cruce.

Somos ocho pasajeros, cada uno según lo que le apetece, mira, echa una mano ayudando como puede a la tripulación. Como no sé quedar parado, ayudo a subir la comida a bordo y después a recoger y arreglar las amarres. ¡Qué gusto darse cuenta de que mi integración es inmediata!

Un galeón es algo particular. Es cosa única. Es algo que se remonta a 5 siglos. Una nave que te trae de vuelta a la infancia, o al cine según. Piratas del Caribe tiene la culpa. Lo que de pronto me extrañó fue la altura de la toldilla sobre el mar. No había conocido otro velero así de alto. Cuando uno se sube a la toldilla se encuentra a unos 9 o 10 metros por encima del agua. Como si estuvieras en el balcón de un tercer piso. Qué vista impresionante y qué sensación de potencia habían de tener los que navegaban en uno de esos galeones.

Desde la tolda o la toldilla uno se da cuenta de lo complicado del aparejo, cabos por todos los lados y te cuesta un ratito comprender para que sirve cada una. Pero después, comprendes la inteligencia de esa tela de araña. Este Galeón no tiene nada en común con un velero más reciente de siglo XVIII o XIX. Es algo diferente con un encanto particular.

Hoy, el galeón Andalucía va con 2 motores de un poco más de 500 caballos cada uno. Pero imagínense lo que tenía que ser dirigir un tal monumento solo con aire y brazos. Y solo con aire de popa, ya que si no te quedas parado. Había que estar un poco loco en esos tiempos, o no tener nada que perder o quizás mejor, tener todo que ganar, con la esperanza de las riquezas prometidas. ¡Qué cojones señores! También me quito el sombrero para la tripulación actual. El conjunto parece muy joven, diría unos 25 años de media para los aprendices. La tripulación del galeón se compone solo de 20% de profesionales del mar. Los demás son aprendices en formación cuales se alistan para una temporada de 3 ó 6 meses.

No reciben sueldo. Pero, se les da la comida y el alojamiento. El comandante, el segundo, el jefe de máquina y los oficiales son mayores. Lo que también extraña un poco es que la jerarquía no se nota a primera vista. Nada te señala quién es el comandante, o quién es oficial o marinero: solo su manera de ser. Claro, en cuanto se pone a dar órdenes, claras y directas, la duda ya no está permitida. Entonces
aparece la eficacia de una tripulación bien preparada y ordenada.

Qué bella es una tripulación en acción. Todos para uno, uno para todos. En el galeón, encuentro valores casi desaparecidos de nuestras ciudades, llenas de individualismos. Aquí, todo lo contrario, la ayuda es la regla. El apoyo, la cohesión, el respeto son naturales. ¡Cómo cambia de la ciudad en la que ni conoces a tu vecino!

Otro elemento contribuye a ese sentimiento: es que sea un Galeón español. ¡Y más que español: Andaluz!…con todo lo que eso conlleva de vitalidad. Esa nave baila siguiendo el mar de fondo, su tripulación canta en cuanto la música llena la tolda y el puesto de mando.

Cuando salimos de Sète – despiertos à la 5 y media de la mañana, para salir a la 7 – y que el barco ya iba por mar abierto con rumbo al 178°, Manu el comandante, puso la música cerca del timonel. Ya no estábamos en Sète sino en una isla flotante andaluza.

Ese ambiente no nos hizo olvidar la seguridad. A la 10 sonó la alarma. ¡Ejercicio de abandono de la nave!

Acabamos justo de tener un descanso pero la seguridad era prioritaria. En menos de dos minutos, toda la tripulación ya estaba en la tolda, con salvavidas puestos y traje sellado a mano, cerca de las balsas salvavidas. Unos pasajeros, yo incluido, llegamos los últimos, pero de inmediato comprendimos todo el interés de tal repetición.

Resultó muy tranquilizador ver que todos conocían el procedimiento. En el mar nunca se sabe lo que puede ocurrir.

Ese ejercicio me mantuvo en alerta el resto del día. Recordé la maniobra que hicimos por la mañana, antes de salir de Sète, por cierto la más pesada que se puede realizar en un galeón: bajar las yardas del mástil mayor y de la trinqueta. Bueno, subirlas no tiene que estar mal tampoco. Esa maniobra permite bajar el centro de gravedad del galeón. Así puestas las yardas, como íbamos a navegar a motor (el viento no era de popa) el galeón tendrá menos rollo.

Para esa maniobra participa la mayor parte de la tripulación. Cada yarda lleva 4 poleas, 4 hombres por cuerda que son 16 marineros para esa acción. El comandante suda como los demás. La tripulación es mixta. De los 21 marinos, 4 son mujeres. Una de ellas termina en el galeón su formación parar ser responsable de a bordo, o capitán no estoy seguro. Las mujeres trabajan como los hombres. A bordo, ninguna diferencia. Claro cuando se requiere mucha fuerza física, es más conveniente que lo haga un hombre, pero hay siempre trabajo para todos.

Cuando me doy cuenta del trabajo que implica la maniobra de bajar las yardas, la coordinación y la disciplina necesarias me quedo admirativo ante el trabajo de los aprendices voluntarios.

El Galeón Andalucía tiene por vocación la transmisión de un saber. Es una cosa primordial más todavía en estos tiempos. A bordo, los jóvenes se alistan, trabajan a cambio de una formación, de un viaje o de un sueño.

El galeón, ya está en tipo de navegación de alta mar, vamos con motor. No queda nada por hacer a bordo. Pero nunca te da tiempo aburrirte.

Si quieres puedes coger el timonel, seguir la ruta con los instrumentos de navegación, mirar a los delfines o al pez luna que se calienta al sol, broncear, leer, soñar. Sí, soñar a la próxima navegación que haré, porque si de algo estoy seguro es que volveré a navegar en este galeón, a toda vela. Bueno eso deseo.

También se puede, y me parece lo principal, charlar con la tripulación. Que sea con el comandante o los marineros aprendices. Todos contestan a mis preguntas. ¡Qué bien se está a bordo!

Hablar con personalidades tan diferentes resulta un verdadero placer. Descubro vidas diversas y complejas, guiadas por el azar, los viajes o la pasión de la mar. Como Kévin, ese joven francés, que quiere dar la vuelta al mundo. Es su objetivo. Como es cocinero de profesión, piensa que no le será difícil alistarse en otros barcos y así, de escala en escala, de barco en barco, dar la vuelta completa. Que no le paguen, no le importa. Lo que quiere es realizar su sueño. Dice que, de todas maneras, en la mar no se gasta nada.

Tiene 20 años, toda la vida por delante, y cada día vive su sueño un poco mal lejos. Como Javi, el ayuda mecánico. No lo conocía unas horas antes, pero hemos simpatizado de inmediato. Y fíjense, ya me está invitando a su casa de campo en el delta del Ebro. Aquí la gente te habla con el corazón y lo notas enseguida.

Como Manu, el comandante, que se convierte en otra persona cuando canta su España. Como Rafael, el responsable de bordo, siempre atento a que no nos falte nada.

Como el jefe mecánico, alguien muy callado, que de pronto se pone a hablarme y se vuelve muy entusiasta, o como todos los demás, Olga, Fran, Pablo, Manuel, Juan Carlos, Javier, Antonio, Irene, Luis,
Falette, Denis, Guti, Alberto, Guillermo, Aina, Miguel, … Siento que no me haya dado bastante tiempo para hablar con todos. Como ese joven que sabía francés y no se atrevía a hablar con nosotros; pero cuando nos enteramos, empezó a hablar y le encantó poder practicar la lengua de Molière.

Cuando viajas en un galeón debes tener en cuenta la escala. Llegamos a Castellón en plena fiesta de Moros y Cristianos. ¡Y la llegada de un galeón del siglo XVI es un evento! Además, cuando llegas en un puerto español, la fiesta parece aún más bonita, más encantadora, más ruidosa y también mucho más tardía.

Hay que decir que para el ruido, hemos contribuido bastante. Al llegar a Castellón de la Plana, el comandante dio orden de cargar los cañones. ¡Sólo con pólvora claro! Nunca había conocido una entrada en un puerto tan explosiva. Bajo los chillidos de los críos tiramos unos 20 cañonazos. ¡Y un cañón, les aseguro que hace ruido! Mucho ruido. Y humo, mucho humo. Todos los críos gritaban ¡“El barco Pirata” !, ¡“El barco Pirata”! Qué bien fue esa fiesta. Pero tomarse un mojito a la una y media de la mañana, no te ayuda para conciliar el sueño. Además, teníamos que despertar a las 7h30. Teníamos, como a cada escala, que preparar el galeón para que pueda recibir las visitas, las cuales empezaban a la 11h. Toda la tripulación ayuda/echa una mano. Pasajeros incluidos.

A Castellón de la Plana, cuando llegamos comimos pizzas: caso excepcional ya que la tripulación no preparó la cena. Por lo general, la cocina a bordo estaba hecha por los aprendices, por grupos de dos. Es que están a bordo para aprender. Y aprenderlo todo, lo que incluye cocinar. He de reconocer que durante la navegación los platos preparados fueron siempre muy ricos y en abundancia. Por ejemplo, cominos: Arroz con filetes de pollo; pastas a la boloñesa (que no pude acabar); judías secas, con morcilla, salchicha y tocino; pisto con carne; tacos mejicanos con pimientos, tomates y guacamole…Cada día un
descubrimiento culinario.

El concepto del Galeón Andalucía funciona muy bien. Todos se ponen felices: los que están a bordo y los padres y niños que visitan. Ese barco os permite hacer una inmersión en la historia y comprender cómo vivían en aquellos tiempos.

Sólo lamento dos cosas: la primera no haber podido navegar bajo vela. Pero ese tipo de nave necesita solo viento de popa. La segunda, no haber podido hablar con todos.

También, para que la ilusión fuera total, y que la población de Castellón de la Plana se entusiasmara aún más, la tripulación hubiera podido vestir trajes de época.

Ya que todos los visitantes lo llamaban “El Barco Pirata” pués que tiremos cañonazos y parezcamos piratas!, la visita se encargará de hacerles comprender cuál era el objetivo de esos piratas.

Muchísimas gracias a todos por esos días fuera de tiempo que pasé a bordo.

¡Hasta pronto, Galeón Andalucía ¡
Luis Castro – mayo de 2019