Cuando nunca has navegado más de unas pocas horas seguidas o a bordo de un barco que pueda alejarse más de unas pocas millas de la costa, no sabes con qué vas a encontrarte al llegar al Galeón. Puedes hacerte una idea, porque cuando aceptas embarcarte ya te avisan: Esto no es un crucero, aquí se viene a trabajar. Y tienen razón, porque la vida a bordo consiste en trabajo duro y en valiosas horas de descanso que no siempre se pueden disfrutar al completo (porque a veces hay maniobras que requieren de la tripulación al completo y no respetan los horarios de sueño de nadie). Pero lo que no te dicen es todo aquello que hace que seguir aquí merezca la pena.

Las guardias nocturnas durante la navegación suelen ser frías, pero si tienes la suerte de contar
con una noche despejada puedes disfrutar del espectáculo qué es ver el cielo cuajado de estrellas, brillando con una intensidad incomparable a tierra firme. La hora que precede al amanecer parece el escenario de un sueño; todo está en calma mientras el negro de la noche se va volviendo gris, los contornos delos objetos a tu alrededor se van definiendo poco a poco, el mar te devuelve reflejos plateados y la luz anaranjada que anuncia un nuevo día va adueñándose del cielo con lentitud hasta dar paso al sol, apareciendo sobre el horizonte enorme y rojo.

De día, las cosas son muy diferentes. La quietud de la noche se sustituye por una gran actividad; habitualmente la música suena a todo volumen junto al timón, se habla y ríe en todas las cubiertas superiores y siempre hay gente haciendo algo. Mientras las personas de guardia se encargan de mantener el rumbo, controlar a los barcos cercanos y hacer trabajos de mantenimiento, a su alrededor las personas desocupadas también encuentran entretenimiento; durante la mayor parte de la navegación no hay ni internet ni cobertura telefónica, así que es como retroceder en el tiempo. En los mejores días, hay gente en todos los rincones soleados de cubierta tomando el sol, leyendo o echándose la siesta. Más de uno se dedica a observar el mar, atento a posibles apariciones de peces, medusas o delfines tanto como a los grandes barcos que cruzan el camino. No es extraño ver a alguien escalando hasta la cofa de alguno de los palos; desde las alturas, las vistas son incluso más impresionantes.

La vida en el Galeón tiene sus momentos difíciles, pero los buenos los compensan con creces. Al fin y al cabo, por muy distinta que sea la gente a bordo todos tenemos algo en común, y es que todos estamos aquí porque es aquí dónde queremos estar. Y cuando estás en medio del mar, aislado del mundo y sin tierra a la vista, rodeado de personas que se convirtieron en tu segunda familia desde el día cero y riendo a carcajadas por el último comentario divertido que alguien ha dicho, ¿qué más necesitas?