De repente suenan las bocinas de los barcos. Unas más agudas y otras más graves, como los tifones de los buques mercantes. El vecino sale de la cabina y aúlla seguido de sus perros. Incluso
alguno se arranca con la corneta. Son las cinco de la tarde y, como cada día, es la manera en que de forma espontánea todos los habitantes de la marina nos saludamos en medio de esta pandemia.

En España el día justo ha terminado y uno nuevo ha empezado. Y para nosotros es inevitable recordar que allá, a las ocho, los balcones se abarrotaron para transmitir fuerza y homenajear a los que batallan esta situación en primera línea.

Este relato comenzó hace algo más de quinientos años, cuando Cristóbal Colón arribó al Nuevo Mundo. Aunque resumiendo un poco, podría contar que hace tres la Fundación Nao Victoria decidió
construir una réplica de la nave capitana para celebrar el 525 aniversario de aquella gesta histórica. Y hace dos nosotros, a bordo de la Nao Santa María, cruzamos el Atlántico y mostramos este museo flotante a lo largo de la costa este norteamericana.

Llegamos hasta los Grandes Lagos y pasamos por ciudades como Nueva York, Washington o Baltimore. También acercamos este pedazo de historia y cultura española por otros pueblos más pequeños con gran tradición marinera, y así hasta más de treinta puertos distintos en el último año y más de 15.000 millas recogidas en el cuaderno de bitácora.

Y siguiendo con nuestra particular gesta, el siguiente reto fue recrear la historia a bordo de una producción cinematográfica. Y allá que navegamos a través del Caribe, el Canal de Panamá y
remontamos la costa del Pacífico hasta otro enclave histórico, Barra de Navidad, en México. Desde aquí zarparon hace otro puñado de años las primeras expediciones marítimas españolas rumbo a las Filipinas.

A principios de marzo estalló la alerta sanitaria en Europa y a nosotros también nos cogió por sorpresa. Con la época de huracanes en ciernes y los puertos de medio mundo patas arriba, la decisión ha sido quedarse refugiados en lugar seguro hasta nueva orden.

Como cada tarde, el calor del mediodía despierta la brisa marina y los cabos empiezan a estirar. Los días pasan parecidos unos de otros y, salvo que no estamos navegando, mantenemos una rutina de guardias a bordo y faenas de mantenimiento. A veces se puede ver a un tripulante revisando la gavia (vela alta), otras buceando para limpiar el casco, otras inventariando la gambuza (despensa). El barco, nuestra casa, lo requiere así y nos mantiene ocupados. La
lectura, alguna película en familia y paseos por la marina a coger fruta de los árboles (cocoteros) completan la jornada.

Aunque las noticias vuelan, las llamadas por teléfono a la familia y amigos marcan el inicio de un nuevo día. Los mensajes de ánimo y textos por whatsApp se suceden. En tiempos de coronavirus me quedo con este: el pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas.